«Según previsiones de la ONU, si ahora en España hay un jubilado por cada cuatro activos, en 2050 habrá dos jubilados por cada tres activos”, escribe Nuria Chinchilla sobre la evolución demográfica del país en el futuro
Revertir el invierno demográfico en España que espera en el futuro es uno de los retos más difíciles a los que debemos hacer frente como sociedad. La tasa de natalidad en nuestro país fue en 2022 del 6,9%, con 1,19 hijos por mujer. Una tasa de fecundidad inferior a 2,1 hijos por mujer (fecundidad de reemplazo) supone que no puede garantizarse una pirámide de población estable.
La ONU pronostica que, en 2100, ocho de cada diez personas vivirán en Asia y África, mientras que, en Europa, sólo residirá el 5,8% de la población mundial. España, en concreto, perderá cerca del 35% de su población y pasará de 47 a 30 millones de españoles. La gravedad de la situación precisa medidas urgentes y eficaces para el fomento de la maternidad y la paternidad, es decir, medidas de apoyo a la familia, puesto que resulta difícil separar ambos terrenos. Paradójicamente, este tema no está en las agendas ni del Gobierno de España, ni de las instituciones europeas, ni en la Agenda 2030.
Las consecuencias de la drástica caída de la natalidad son demoledoras para nuestra sociedad y se comprenden mejor, especialmente las económicas, formulándolo en términos de envejecimiento, la otra cara de la moneda. Uno de los índices que mejor refleja el inabordable reto socioeconómico es el “old age dependency ratio” o ratio OADR: el porcentaje de jubilados (más de 65 años) en relación a la población activa (entre 20 y 64 años).
Según los datos de la ONU, en España la OADR pasará del 26% actual al 68% en 2050. Esto significa que, si ahora en España hay un jubilado por cada cuatro activos, en 2050 habrá dos jubilados por cada tres activos. El OADR se calcula sobre el total de la población de entre 20 y 64 años, pero, si tenemos en cuenta la población desempleada, en España la proporción real en 2050 sería más bien de un jubilado por cada trabajador.
La inversión de la pirámide de población es un hecho sin precedentes históricos, pero, a pesar de la falta de experiencia en la gestión de un reto de estas características, todos los expertos coinciden en señalar que, sin crecimiento demográfico, no puede haber crecimiento económico. España, y toda Europa, va a ser arrastrada a una espiral en la que el deterioro económico y demográfico se retroalimenten.
Ante esta situación, el silencio de gobiernos e instituciones nacionales e internacionales refleja una actitud irresponsable. La imposibilidad matemática de obtener resultados a corto y medio plazo, sin duda, ha sacado la cuestión de todas las agendas.
Las causas de la caída de la natalidad son diversas. Por una parte, las razones de tipo económico, incluyendo las dificultades de acceso a la vivienda, la inestabilidad laboral, etc. Por otra parte, existen ciertos paradigmas de feminismo extremista, que penalizan la maternidad, o ideologías ecologistas antihumanistas, de orientación malthusiana.
No debemos perder de vista, por último, la influencia de un estilo de vida occidental basado en el disfrute del presente, una suerte de epicureísmo presentista basado en el “pásalo lo mejor que puedas mientras puedas”. Conocer las causas debe ayudarnos a idear las iniciativas que habría que poner en marcha con urgencia para frenar el suicidio demográfico al que nos vemos abocados.
Las acciones correctoras pueden y deben ser abordadas por multitud de agentes sociales, políticos y económicos. Los medios de comunicación y redes sociales podrían apoyar y dar reconocimiento a las familias y a aquellos que deciden traer hijos al mundo. Desde el Gobierno, se deberían fomentar medidas fiscales, beneficios y subvenciones que apoyen a las familias para solventar el sobrecoste de tener una familia.
En las empresas, no cabe duda de que la flexibilización de horarios y las facilidades para la conciliación son una excelente herramienta. Junto a ello, no penalizar la maternidad ni la paternidad, promover una cultura de protección de las familias y animar a los empleados a utilizar las políticas de conciliación, evitando cualquier forma de discriminación derivada de su utilización.
Debemos tener en cuenta las implicaciones del invierno demográfico en el ámbito económico, porque son realmente graves, pero no debemos perder de vista la cuestión de la sostenibilidad social. La familia es el eje vertebrador de la sociedad en que vivimos, y su desaparición conlleva, entre otros, graves problemas de socialización y de soledad no deseada, otra de las grandes pandemias del siglo XXI.