El Brexit británico parece el mejor ejemplo de que abandonar la Unión Europea no es ni sencillo ni rentable a corto-medio plazo
Se han cumplido tres años desde que el Reino Unido diera luz verde a la salida definitiva de la Unión Europea. Pero lo que entonces se anunciaba como una fiesta, no ha hecho más que darles auténticos quebraderos de cabeza a los políticos y a los ciudadanos británicos.
Siguiendo el ejemplo británico, nos hemos preguntado: ¿es realmente beneficioso para un estado miembro abandonar la Unión Europea? Y de ser así, ¿cuáles son las consecuencias de tomar dicha decisión?
Duras negociaciones
La campaña para el Brexit comenzó en el año 2016, bajo la tutela del entonces primer ministro David Cameron. El líder del partido Tory hizo campaña para que el Reino Unido permaneciera dentro de la UE, y celebró un referéndum para contentar al ala más euro escéptica de su partido. A pesar de que el Partido Conservador tenía mayoría absoluta, y de los esfuerzos de algunos políticos por apoyar la permanencia, el pueblo británico eligió el leave por un ajustado margen.
En las principales ciudades ganó el no, pero el voto total de la mayoría de regiones fue favorable al Brexit. En Londres, el 60% de la población votó a favor de quedarse. En Escocia, el 62%. En Irlanda del Norte, el 56%. Y entre la mayor parte de la población joven, también prevaleció la opción europeísta. Pero al final del día, Gales e Inglaterra se mostraron favorables a abandonar la Unión, lo que supuso que el resultado final fuera de un ajustado 48% no y 52% sí en el conjunto del Reino Unido.
Ahora empezaba la etapa más dura: la de negociar una salida digna con el gobierno europeo. Los británicos querían abandonar el barco pero sin perder la mayor parte de sus privilegios. Y aunque en un principio Bruselas pareció ceder, las cosas comenzaron a complicarse muy pronto.
Londres había perdido un puesto que le garantizaba seguridad y estabilidad, y ya no podía acceder al mercado comunitario. Aunque los pro Brexit aseguraban que la salida implicaría mayor libertad comercial, lo cierto es que desprenderse de repente de más de cincuenta años de acuerdos comerciales y regulaciones europeas es mucho más complicado de lo que el Reino Unido esperaba.
Una de las fortalezas de la economía británica pivotaba sobre la capacidad de mantener un mercado competitivo que era la referencia para muchos trabajadores inmigrantes llegados desde cualquier punto del continente. A diferencia de la tradicional inmigración india o pakistaní, estos jóvenes europeos, estudiantes y trabajadores cualificados, le aseguraban al país una mano de obra con aptitudes de negocios que era recompensada con unos salarios más elevados que en sus países de origen.
Con el Brexit, los trabajadores comunitarios se han visto obligados a abandonar el país, porque ya no es rentable vivir en un estado que te pone trabas para residir allí, y que ha entrado en una crisis peligrosa. Es más, los trabajadores poco cualificados que también llegaban desde el continente para ocuparse de sectores como el transporte, la sanidad o la hostelería, se han visto igualmente atrapados en la burocracia post europea.
La huelga de camioneros que tuvo que afrontar Boris Johnson es un claro ejemplo de la falta de mano de obra a la que se enfrenta el país. El Financial Times ha previsto que harían falta más de 300.000 trabajadores solamente para cubrir las necesidades básicas del país. Haber perdido la movilidad europea se ha convertido en una piedra en el zapato para la economía británica.
Además del tema económico, el Reino Unido también ha tenido que lidiar con sus problemas fronterizos. Irlanda del Norte es uno de los mayores escollos. El marco que parecía final, definitivo, pactado por ambas partes, establece que este territorio seguiría vinculado al Mercado Único comunitario, por lo que las mercancías que crucen entre ese territorio y el resto del Reino Unido deben pasar controles aduaneros en los puertos de la región. Así se asegura que la frontera entre las dos Irlandas sigue siendo invisible, algo clave para el proceso de paz y las economías de las islas. Eso significa que, en la práctica, la frontera se ha desplazado al mar de Irlanda, con nuevos controles aduaneros a los productos que llegan a los puertos de Irlanda del Norte procedentes de la isla de Gran Bretaña.
Cuando el acuerdo parecía definitivo, llegó Liz Truss. Rechazó la mano tendida y propuso que no se realizasen controles a las mercancías cuyo destino final fuese Irlanda del Norte, dejando los controles sólo para las mercancías con destino a la República de Irlanda. Eso, y que haya un panel de arbitraje conjunto. ¿El resultado? La Unión Europea se ha cansado de tantos cambios y ha retomado un proceso judicial contra Reino Unido por incumplimiento del derecho internacional.
Políticamente hablando, el Reino Unido es un nido de inestabilidad. La aventura independentista ha hecho rodar las cabezas de hasta cuatro primeros ministros: el propio Cameron, Theresa May, Boris Johnson, y Liz Truss, que dimitió tras solo 44 días en el poder, batiendo el récord de ser la primera ministra que menos tiempo ha ostentado el poder.
¿Es beneficioso abandonar la Unión?
El ejemplo británico parece arrojar cierta luz sobre cuán complicado puede tornarse el partir hacia el exilio lejos de la Unión Europea. Lo cierto es que algunos economistas ya advierten de que no habrá ningún beneficio real hasta pasados, por lo menos, veinte años. Y eso si la economía británica se mantiene estable, cosa que de momento no es así.
Los datos son claros. El IPC del Reino Unido se ha disparado hasta alcanzar el 9,2%, y el peligro de recesión lleva un tiempo asentado en las cifras del país anglosajón. De hecho, todo apuntaba a ello para finales de año, pero finalmente Londres se ha quedado al borde de la caída. En el último trimestre de 2022, el PIB del país permaneció congelado. No registró crecimiento ni descenso. Y confirmó su mal momento con el 0% anunciado este viernes por la Oficina Nacional de Estadística.
Recordemos que una recesión técnica puede empezar a ser considerada como tal cuando el PIB cae durante dos trimestres consecutivos. El Banco de Inglaterra aventuraba que los últimos tres meses de 2022 registrarían un descenso del 0,1%. No ha sido así, pero eso no es consuelo para uno de los principales motores del Viejo Continente.
El Reino Unido se mantiene como la economía con peores expectativas de todo el G-7, y no ha logrado alcanzar todavía los niveles de crecimiento anteriores a la pandemia. En comparación con los últimos tres meses de 2019, sigue un 0,8% por debajo, frente al 5,1% de aumento de Estados Unidos o el 2,4% de la eurozona en las mismas fechas. Los datos de la OCDE predicen que la economía británica se contraerá finalmente un 0,4% para este 2023.
Pero no solo la OCDE lo dice. El propio Banco de Inglaterra asume que el país entrara en una «larga recesión» en 2023, y que su economía será la peor de entre todos los países avanzados, con la excepción de Rusia. Y según los datos de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, el Reino Unido perderá en los próximos 15 años el 4% de su PIB por la salida del club comunitario.
Más datos. Otro informe del Centre for European Reform que evalúa el impacto del Brexit a largo plazo, desde 2018, revela que la economía fue el pasado junio un 5,5 % menor de lo que habría sido si el país continuara en la UE. También estima que el nivel de inversión en el país es un 11 % menor de lo que habría sido y el comercio de mercancías un 7 % menor. Según un sondeo de las Cámaras de Comercio Británicas, más de tres cuartas partes de las empresas británicas (77%) admiten que el acuerdo comercial del Brexit no les ha ayudado a expandir su negocio en los últimos dos años.
Con las cifras en la mano, no parece tan buena idea alejarse de la Unión Europea. Al menos, a corto-medio plazo. Pero, ¿piensan lo mismo los habitantes de las islas?
Pues en efecto, así es. Si el referéndum de 2016 se realizara ahora mismo, el 54% de los británicos votaría por quedarse en la Unión, frente al 48% de hace seis años, según una encuesta realizada por The Independent. El 56% de los ciudadanos están convencidos de que el Brexit perjudica a la economía; el año pasado lo creían menos de la mitad, el 44%. Además, el 65% de los encuestados quiere que el referéndum se vuelva a celebrar. De momento, no parece haber indicios de ello.
El Reino Unido parece haber hipotecado su futuro, aunque solo el 5% de los jóvenes de entre 18 y 24 años apoyan el Brexit. La cifra se dispara hasta el 54% si hablamos de personas mayores de 65 años. Lo que queda claro es que no es tan fácil irse, y que una vez realizados los trámites, la inestabilidad económica y política va a ser el pan de cada día.