Por Alba Puerro.
Tener a un predecesor que ha hecho del “todo lo que sea necesario” su leitmotiv, y que ha implementado toda una batería de medidas anticrisis, enfocadas a inundar el mercado de dinero e incentivar que fluya el crédito (que no pare la “fiesta”), no te lo pone nada fácil. Christine Lagarde tenía todas las papeletas para decepcionar al mercado, a los inversores, a la banca… porque se había quedado sin margen de maniobra. Heredó un regalo envenenado.
Mario Draghi tenía una postura muy clara de política monetaria y la llevó hasta el final. Aprobó numerosos paquetes de estímulos con miles de millones de euros para compra de deuda, acciones y activos, y bajó los tipos de interés hasta dejarlos en terreno negativo (el BCE va a prestar a los bancos al 0 % durante tres años y la facilidad de depósito de la institución es del -0,50 %, es decir, les cobra dinero por depositar su capital). Esta medida terminó por levantar ampollas en el núcleo duro del BCE.
En este entorno del BCE con cada vez más posturas enfrentadas y sensación de falta de unidad, tomó el relevo Lagar[1]de. En su primera intervención ya quiso dejar claro que rechazaba seguir la estela de Draghi, cambiando el discurso de “lo que sea necesario” al “no estoy aquí para borrar primas de riesgo”. El resto del mundo ya tenía más o menos claro que ahora tocaba un mandato “hawkish”, pero no sabían hasta qué punto iban a ser duras sus medidas.
Y llegó la crisis de la Covid-19 Sólo unos meses después de la toma de posesión de Lagarde, Jens Weidmann empezó a recular y pidió disculpas a Draghi por sus acusaciones al mismo por, entre otras cosas, estar poniendo en peligro la estabilidad financiera con su plan de estímulos. Empezaron a ver que tanta ortodoxia podría desencadenar un mal mayor, como la pérdida de la confianza hacia el banco central y, por extensión, hacia la propia Eurozona. Esta relajación en el discurso contra las medidas ultraexpansivas incluía a la propia Lagarde.
Y así fue cómo la sucesora de Draghi tuvo que aprobar estímulos de nuevo. Pero decepcionó, ya que fue un paquete de medidas a medio gas. Eso es algo que Mario Draghi dominaba: nunca defraudaba, sabía sacar los fuegos artificiales y dejar esperando con altas expectativas a todo el mundo hasta la siguiente comparecencia, en aquellas reuniones en las que no se aprobaba nada nuevo.
Draghi supo usar el lenguaje, normalmente, como un arma monetaria, y actuó en numerosas ocasiones sin esperar a los ejecutivos. De Christine Lagarde se esperaba más en una situación de crisis y pandemia mundial nunca vistas hasta ahora. Pero siguió en su línea. La decepción en los mercados fue múltiple: “No estamos aquí para eso”, dijo Lagarde. La ejecutiva francesa también metió miedo con el deterioro de las proyecciones económicas, aunque aseguró que sería un ajuste severo pero temporal si se toman las medidas adecuadas. “Es una crisis diferente a la de 2008, la respuesta debe ser fiscal”, agregó, y lo que aprobó fue un paquete que incluía una inyección masiva de liquidez barata para los bancos con el fin de que mantuvieran el crédito a las empresas con problemas y un refuerzo del programa de compra de deuda, con 120.000 millones de euros adicionales este año.
Esperaban que sacase la artillería pesada, pero sólo sacó obuses de corto alcance en su lucha frente a la amenaza económica y además cedió la primera línea de fuego a las autoridades políticas de la Eurozona, a las que les exigió liderar la ofensiva con estímulos fiscales.
Por si quedaban dudas en la sala, la exministra francesa insistía: “Nadie puede pensar que los bancos centrales pueden estar en la primera línea de la respuesta”. Unas declaraciones que suponían un cambio radical de discurso con respecto al que había manejado su predecesor.
Pero en los últimos meses cabe señalar que, de la “falta de arrojo en la defensa de la eurozona por parte de Lagarde”, según las grandes gestoras, y de sus críticas a un “BCE que se quedaba corto”, hemos pasado a un escenario que ha forzado a Lagarde a acercarse un poco más a la línea “dovish” y a aprobar más estímulos e inyecciones a la economía. Hay señales de cambios, que durarán lo que dure esta complicada situación económica, si bien Christine sigue reticente y emplea la palabra “recalibrar” muchas veces, ya que el “lo que sea necesario” tiene cada vez menos recorrido.
Todo parece indicar que Christine Lagarde seguirá por esta senda: “Estamos ante un ‘shock’ considerable y desconocido en tiempos de paz. Debemos afrontarlo con determinación para ayudar a nuestras economías a recuperarse lo antes posible y evitar una crisis social. Nuestros escenarios consideran una recesión de entre el 8 y el 12 % para la zona euro y todos los países merecen ayuda. La prioridad hoy en día es ayudar a las economías a recuperarse”.
Si bien no hace tanta magia con sus palabras como Draghi, ya hay menos críticas y muchos consideran que los estímulos adoptados son convincentes. Christine Lagarde ha conseguido mostrarse sincera y estabilizar los mercados cambiando “haremos lo que sea necesario” por “haremos lo que se pueda”, y de momento capeamos el temporal. Todo un logro teniendo en cuenta el regalo envenenado que recibió cuando sucedió a Draghi.